REDACCIÓ
Lo que a continuación se va a revelar podría ser uno de los mayores secretos de Tarragona, ocultado con celo para no ser descubierto, así como desconocido por sus habitantes, sus visitantes y sus estudiosos. Hemos tenido conocimiento de hechos totalmente extraviados hasta hoy, que ponemos en conocimiento de nuestros ávidos lectores, más allá de cualquier otra consideración y prudencia: el edificio consistorial podría esconder una cámara secreta que guardaría un tesoro de incalculable valor.
No podemos desvelar toda la información de la que disponemos ni de la que, por futuras indagaciones, podamos disponer, pero daremos a conocer una serie de hechos que pondrán sobre la pista a los fieles seguidores de este digital.
Cuando ya era inminente la entrada de los franceses en Tarragona allá por el año 1811, algunas familias adineradas y con importante patrimonio, tanto locales como llegadas de fuera, decidieron reunir sus pertenencias en secreto y ponerlas a buen recaudo bajo la tutela de la comunidad de dominicos de la ciudad, que en aquel entonces tenía su morada e iglesia en el lugar que ahora ocupa el edificio consistorial.
La posterior sangría francesa sobre la población de la ciudad y la voladura de la antes mencionada iglesia dominica en 1813, rompieron la cadena del compromiso de las partes y el secreto quedó solamente en manos de unos pocos, muy pocos. Los acontecimientos que se precipitaron posteriormente, obligaron a mantener el secretismo sobre las riquezas cedidas en custodia a los dominicos. Así las cosas, el pasar de los años conllevó el fallecimiento de los que conocían dicho secreto y aquel tesoro permaneció oculto en algún lugar del entonces convento dominico, actualmente palacio municipal.
Llegó la desamortización de propiedades eclesiásticas de 1835 y el convento dominico pasaría a ser propiedad pública y futura sede del Ayuntamiento y de la Diputación Provincial. En 1841 el arquitecto Josep Batet realiza una serie de estudios sobre el terreno para, posteriormente, diseñar el primer dibujo de la que sería nueva fachada para la sede consistorial en la que hoy conocemos como Plaza de la Font. Y en este punto encontramos la conexión que dará lugar a la asombrosa información que encabeza este artículo.
El arquitecto Batet, ya fuese por casualidad o por algún conocimiento previo, dio con el lugar donde se hallaba aquel excepcional tesoro y decidió mantenerlo en secreto, protegerlo ante la codicia de los más, presumiblemente con la honesta intención de destinarlo a alguna noble causa futura.
Este proceder del arquitecto se debería a sus firmes convicciones filantrópicas y por ello cabe especular si Josep Batet tenía algún tipo de temprana relación con la masonería, inspiradora de ese tipo de valores en la época en la que trabajó Batet. La pista masónica toma mayor cuerpo si se añade a esta línea de investigación la posterior aparición del siguiente protagonista de la historia que estamos alumbrando: el arquitecto Francesc Barbà, a la postre responsable del actual diseño arquitectónico consistorial.
La relación del gremio de arquitectos con la masonería se remonta a los orígenes de esta institución, haciéndose patente en la denominación que reciben sus cargos internos, claramente relacionados con la terminología de niveles profesionales de los arquitectos y maestros de obra del bajo medievo.
No sabemos exactamente de qué forma traslada Batet a Barbà el secreto del tesoro, pero algún tipo de vínculo se habría establecido entre ellos dos y una común relación de ambos con la masonería podría darnos la clave. De hecho, Barbà entra en la Real Sociedad Arqueológica de Tarragona, sobre la que siempre ha sobrevolado la sospecha de que, en sus orígenes, sus más destacados miembros también lo eran de alguna tendencia masónica. A tener en cuenta que, en aquellos tiempos, era normal que los masones se organizasen en sociedades públicamente visibles, bajo las que podían desarrollar sus actividades filantrópicas y benefactoras, propias de las logias.
Otro dato revelador es que el alcalde Josep María Recasens habría tenido algún conocimiento de estos hechos y, por su cuenta y con máximo disimulo, indagó sobre el asunto. No obstante, la moción de censura de Joan Miquel Nadal habría truncado las pesquisas del brillante investigador de la historia de Tarragona que fue Recasens. Curiosamente, Recasens también fue miembro destacado de la Real Sociedad Arqueológica de Tarragona, entidad de prestigio y excelentes servicios a la ciudad, cuya idiosincrasia encaja pícaramente con los tradicionales valores masones.
No debe extrañar que el edificio que alberga la sede municipal esconda más y mayores secretos de los que se puedan suponer en un principio. Excavaciones recientes han descubierto sorprendentes hallazgos arqueológicos e incluso un refugio antiaéreo de la Guerra Civil, episodio histórico muy cercano en el tiempo, pero que no estaba ni documentado ni registrado arquitectónicamente.
¿Dónde esconderían nuestros celosos arquitectos, Batet i Barbà, ese preciado tesoro? Es muy difícil saberlo por simple tanteo o deducción. Los arquitectos de la época eran muy buenos conocedores de las técnicas constructivas que permitían camuflar en una edificación noble todo tipo de pasadizos y cámaras secretas. Los castillos, palacios y casas señoriales de aquella época han regalado innumerables descubrimientos de esta guisa. Y a tenor de la evidencia, el edificio que acoge a nuestro Ayuntamiento es un laberinto de escaleras, recovecos y desniveles.
Lo que sí podemos avanzar es que nuestro actual alcalde, Josep Félix Ballesteros, podría residir políticamente en un edificio que guarda uno de los mayores y más insondables secretos de la ciudad: una cámara oculta que alberga un tesoro, primero custodiado por los dominicos, luego escondido por dos arquitectos y, posiblemente, protegido por la masonería. Es una bella e inspiradora historia, que invita a la investigación y, como siempre en estos casos, a la especulación o a la imaginación literaria.
Eso sí, que quede constancia de que estas líneas nada tienen que ver con el spot del “secreto mediterráneo”. En cualquier caso, sería una paradójica lección de la historia que lo más valioso que podemos encontrar en el edificio consistorial de la Plaza de la Font tenga que ver con nuestro pasado mucho más que con nuestro futuro.
EL INFOLLÓN
#inforepcheca
@laRepCheca
REDACCIÓ
