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Como un mantra, para ocultar nuestras vergüenzas y enorgullecernos de la desgracia ajena, se nos repite a los jóvenes aquello de “somos la generación mejor preparada de la historia”. Saliendo de nuestra burbuja particular, a pesar de los brindis al sol y los cantos de victoria, el Ránking de Shangai nos muestra el paupérrimo panorama de que ninguna universidad española está entre las 150 mejores del mundo.
Los populismos que nos acechan, ya sean aquellos que ya llevan más tiempo incrustados en el sistema o los nuevos que surgen, nos plantean una solución muy simplista a un problema muy complejo: aumentar el gasto público como remedio afrodisíaco a todos nuestros males. No obstante, desde el año 2002 España ha doblado el gasto público en educación, ¿Ha aumentado en proporción la calidad de nuestro sistema educativo?
El Estado hipergarantista, o llanamente Papá-Estado, ha fracasado. Desde los albores de nuestra infancia hasta la mayoría de edad se nos educa en un pseudo-igualitarismo hasta que se llega a la Selectividad y se nos plantea un modelo competitivo para lograr una plaza en esa carrera y en esa universidad que tanto ansiamos. Descubrimos que desde pequeños hemos crecido entre algodones y que lo que nos han enseñado diverge tanto de la realidad, que deja descolocado hasta al más audaz. Y ya de lleno en la vida universitaria, carecemos de aquel espíritu de esfuerzo que se requiere para superar las adversidades. Se nos han prometido infinidad de derechos sociales y un Estado del Bienestar omnipresente, abstracciones que se muestran fantasiosas e irreales en el día a día. El problema de los movimientos estudiantiles de hoy en día no es que critiquen dicho modelo, sino que su pretensión es ahondar y perpetuarse en él.
Mucho daño a nuestra universidad ha hecho la retórica buenista que nos ha enquistado en el corsé de lo políticamente correcto. Se nos ha vendido la universidad como un “café para todos” y un sitio donde tiene que ir todo hijo de vecino que se precie. Se ha decidido que la nuestra universidad no tiene que ser para una élite intelectual sino una prolongación de la educación obligatoria, siendo buena fe y tener las tardes libres requisitos suficientes para poder acceder. Y este hecho ha tenido efectos colaterales, como el desprestigio de la FP. Realmente habremos aprendido algo el día que nos demos cuenta que hay aptitudes más allá de las intelectuales y que algunas de ellas la universidad no es el espacio más adecuado para tratarlas; que podremos suprimir la meritocracia y el espíritu de autosuperación pero al precio de convertir nuestros claustros en patios de instituto.
Joaquim VANDELLÓS
Secretari General de NNGG Tarragona ciutat
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