BALLESTEROS Y ALEJANDRO: DOS HOMBRES Y DOS DESTINOS

Comprender la actual tendencia hacia la decadencia que vive Tarragona se puede entender mejor analizando la trayectoria de dos políticos que han marcado la agenda consistorial en la etapa democrática. Saber por qué gobiernan ellos y no otros nos da una radiografía del perfil emocional del electorado de la ciudad.
Josep Félix Ballesteros nació en 1959. Tiene 57 años. Alejandro Fernández lo hizo en 1976 y cuenta 40 años. Ballesteros estudió en el Colegio Seminarista, luego cursó Física en Barcelona para abandonarlo, según él, por no comulgar con la entonces rampante energía nuclear, no obstante, otros creen que se le empezaba a atragantar la carrera y el exilio barcelonés. Regresó a Tarragona para cursar psicopedagogía y militar en los movimientos cristianos de base. Se casó con 24 años, hecho que consta en su perfil de Wikipedia, por lo que es lógico pensar que Ballesteros no separa vida privada y pública. Es más, en dicho perfil político incluso aparecen los nombres de su hijo e hija. Sigue felizmente casado, cosa destacable, pues su innegable atractivo físico no le ha impedido llevar una vida política monacal en sus relaciones interpersonales.

Alejandro Fernández sí lo tuvo claro desde un principio. Estudió Ciencias Políticas en Barcelona y pronto fue acogido por las ideas de un Partido Popular que tenía como líder a José María Aznar. Contrariamente a Ballesteros, él sí separa vida privada y pública. No tiene atractivo personal, pero lo suple con una hiperactiva inteligencia emocional. Ballesteros es un maestro de la seducción política, Alejandro es un currante del tajo político. Ballesteros es una “dolce far niente”, Alejandro un picapedrero. En sus carreras políticas, a Ballesteros se lo han regalado casi todo, mientras Alejandro se lo ha currado casi todo.
Para que nos hagamos una idea del punto de partida de sus senderos políticos, Ballesteros entró en un Ayuntamiento gobernado por Josep María Recasens, el primer alcalde democrático tras la dictadura, y vivió el acceso al poder de Joan Miquel Nadal gracias a una moción de censura. En aquel 1987 en que el joven Ballesteros (28 años) toma asiento como concejal, gobernaba España un remoto Calvo Sotelo y en Cataluña el ya sempiterno Jordi Pujol.
Alejandro Fernández también tuvo un temprano amerizaje consistorial con 27 años (año 2003), gobernando un Nadal en final de ciclo y con José María Aznar en el gobierno de España y Pasqual Maragall en Cataluña. Las improntas históricas de ambos políticos, Ballesteros y Alejandro, son muy distantes, aunque se solapen en buena parte de sus vivencias. Ballesteros se incubó ideológicamente en las misas de domingo. Alejandro, en los encuentros juveniles de la FAES.

Ambos han ido intercambiando sus papeles desde que se encontraron en el consistorio, encuentro que se produce en el 2003. Alejandro en el gobierno y Ballesteros en la oposición, aunque el socialista como firme candidato a la alcaldía. Luego Ballesteros en el gobierno como alcalde y Alejandro en la oposición, para acabar ambos pactando. No obstante, periclitando dicho pacto, Alejandro abandonando el consistorio para no regresar, aunque él diga que deja la puerta abierta a repetir como alcaldable popular en las próximas municipales. 
Ballesteros acumula 25 largos años como concejal, de los cuales ha gobernado en casi 12, 9 como alcalde. Son muchos años. Hablamos de un político longevo que ya hace tiempo perdió contacto con su perfil profesional.

Alejandro, salvo unas jornadas parciales como profesor universitario, no ha hecho otra cosa que política. Posiblemente, no sabe hacer otra cosa. Una caída en desgracia podría ser un drama para él. Eso le hace caminar siempre con sensación de vértigo, sobre el filo de la navaja.

Ballesteros ya tiene más pasado que futuro si hablamos de currículum político y ante él aparece nítido el horizonte de la jubilación o la prejubilación. Algunos de sus más directos colaboradores y ex colaboradores aseguran que hubiese sido un excelente diplomático y a él le gusta viajar, cierto glamour, relaciones de salón y recepciones, además su formación religiosa le da una pátina vaticana muy recomendable en el terreno de las relaciones internacionales. No sé si se lo han preguntado en alguna ocasión, pero estoy convencido que su final glorioso en política sería ser nombrado embajador español en la sede vaticana.
Alejandro, en cambio, es muy americano en su talante político personal: da la sensación que siempre lleva prisa. Tiene un alentador futuro por delante, de largo recorrido, pero algunas cosas no juegan en su favor.

La primera es que no viene de ningún rancio abolengo político, empresarial o profesional. La segunda es que no tiene anclajes en Madrid. La tercera que trabaja sin red. Eso le hace vulnerable en la selva orgánica del PP. Su táctica, el camuflaje. No era ni pro ni anti Piqué, ni pro ni anti Alicia Sánchez Camacho y ahora reproduce la misma técnica con García Albiol. Él se encuentra cómodo en el segmento centrista del PP, modernito, democráticamente desinhibido. Veremos si la virreina Soraya Sáez de Santamaría le pone en la rampa de lanzamiento o en la desplazante ascendente. 
Las relaciones entre ambos, Ballesteros y Alejandro, podríamos considerarlas correctas e incluso cordiales, aunque dentro del terreno de juego de la política, siempre tan voluble ella. De hecho, a la primera de cambio que se dio la oportunidad, Alejandro intentó desalojar a Ballesteros de la alcaldía pactando y pasteleando con la inefable Victoria Forns, de agridulce recuerdo, en un no tan lejano 2011.
Luego vino el acercamiento político. En esta fase jugaron un papel determinante dos protagonistas perfectamente intercambiables: José Luís Martín y Pau Pérez. El primero desde su posición de insustituible hombre de confianza de Alejandro, el segundo lo mismo en relación a Ballesteros. Ideológicamente, ninguno de los dos tiene un sello definido. La vida les ha llevado a ser Sancho Panza de su Quijote y desempeñan su papel con exquisita destreza y lealtad. Ellos han sido los artesanos que han ido trabajando con orfebrería política el actual pacto que gobierna el Ayuntamiento.
La opinión de este Fisgón es que Martín tendrá serias dificultades para superar la añoranza de los tiempos de escudero y sus compañeros, especialmente Josep Acero, no se lo pondrán nada fácil.

Pau Pérez vive un desvivir padeciendo por su alcalde y el devenir del caso Inipro, más que el resultado final de los Juegos. Ayudará lo indecible e inconfesable a su amigo Martín, pero la situación que se vivirá en esta legislatura municipal va estar presidida por las extrañezas, una dialéctica entre protagonistas desubicados de su papel tradicional. Sinceramente, un PSC umbilicado a Ballesteros y un PP abonado a Alejandro, ante los nuevos horizontes, son dos naves a la deriva y con los arrecifes esperándoles a cada giro de timón.
Ballesteros tuvo su gran oportunidad en 2011 para dar el salto a la dirección del PSC en Cataluña, pero no tuvo ni espíritu aventurero ni equipo de colaboradores para conseguirlo. Finalmente, decidió regresar a la aldea política de su ciudad natal y no vivir la trepidante experiencia cosmopolita de encabezar un PSC en aquel momento huérfano de un rostro que le aportara credibilidad.
Algunos pudieron pensar que Alejandro, más joven y con personalidad política muy diferente, podía vivir una trayectoria paralela a la de Ballesteros, pero nunca fue así. La intrahistoria secreta de Alejandro es que Tarragona nunca fue, para él, su destino, si no etapa intermedia. Esa es la gran diferencia entre ambos políticos. No puede afirmar Ballesteros que con la alcaldía ha visto cumplidas todas sus expectativas políticas personales. Esa aseveración es, además de políticamente ñoña, tan cuestionable como cuando aseguraba -casi pontificaba-, que los Juegos Mediterráneos se celebrarían, sí o sí, en 2017.

El final de Alejandro está por escribir. Y sí es posible que regrese a la política municipal, pero no en 2019. Para él Tarragona podría ser final de trayecto dentro de bastantes años. En cambio, Ballesteros corre el peligro de ver cortada de cuajo su narración como político. Sería una lástima. Sinceramente, no merece un final judicial. Sin embargo, ha desaprovechado e incluso despreciado tomar caminos distintos en las diversas encrucijadas que se le han presentado y siempre optó por el camino de regreso a Tarragona. Siempre buscó cobijo a resguardo y guardia personal.
Otra cosa es el tema de los Juegos de 2018. Aquí descubrimos lo mejor y lo peor de Ballesteros. Pero caer por el hundimiento de los Juegos no sería un deshonor. Morir en el campo de batalla nunca lo es.

Solamente adivino a vislumbrar un final alternativo en el vericueto laberinto de la política: que se convoquen elecciones anticipadas en Cataluña y Ballesteros juegue fuerte para encabezar la lista de nuestra demarcación.

Pasaría a ser aforado y eso daría un nuevo giro a su presencia en el caso Inipro, además de poner distancia entré él y los Juegos si, finalmente, acompaña su nuevo estatus parlamentario con el traspaso de la alcaldía a su buen amigo Pau Pérez. Ese sería un camino inexplorado, ignoto: una Tarragona gobernada mano a mano por dos adiestrados maestros de la política silenciosa.

No es nada descabellado este brinco argumental. Ballesteros se aseguraría alcanzar las tranquilas playas de la jubilación en el Parlament, junto a su dinámico compañero de consistorio Alejandro. Villamayor, Floria o Castillo no dan la talla para mantener tan alto el listón como lo ha hecho Ballesteros y ninguno de los tres lo admite, siendo ese su peor lastre. En cambio, el binomio Pérez-Martín, ¿quién sabe hasta dónde podrían llegar?

Abran apuestas, mis avispados lectores y lectoras.

El Fisgón siempre reparte juego.

Hasta el próximo lunes