REDACCIÓ23 Març, 2016
Pepe Ruiz, tenía los ojos claros de quien vive cerca del mar y la mirada impregnada de barrio. Un barrio que era su casa y al que amaba y criticaba como si se tratara de su hogar. Con frases como: “Hay que avisar que se ha fundido una farola de la calle Rebolledo”; “¿Has visto que hace días que no pasan la manguera por la calle Smith?”; “Yo no sé qué haría con estos vándalos que destrozan las escaleras mecánicas día sí y día también, menuda gente…”; “Las fiestas de este año tienen que ser aún mejores…”, con cualquier comentario de este tipo iniciaba su día en alguna cafetería del barrio, con un cortado, en el extremo de la barra más cercano a la puerta, controlando el despertar de su vecindario y con la cartera siempre abierta para invitar a un café.
Y después ejercía de abuelo y llevaba a sus nietos al colegio y regresaba a su lugar: la Asociación de Vecinos del Port de Tarragona, a su despacho. Ese despacho lleno de recuerdos de vida y asociacionismo, de lucha y reivindicación por los derechos de todos, por los derechos de su gente. Fotos y placas de 20 años de responsabilidad social que curtieron el carácter de este hombre bueno, que no desfalleció nunca.
Jamás dejó de reclamar lo que consideraba justo y necesario para su barrio: mayor frecuencia y líneas de autobús, la Escuela de Idiomas en la Chartreuse, las mejoras de la Estación de Renfe, la remodelación de la Plaza de los Carros y el paso subterráneo, la reforma de la Plaza de los Infants o las cámaras de video vigilancia que ayudaran a combatir el incivismo y la inseguridad de la zona. Y siempre lo hizo desde un papel de lucha discreta propio de los hombres sabios. Veremos su sonrisa en cada baile de la Cucafera, en cada danza de los gigantes…
Como decía el poeta César Vallejo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Ana SANTOS GORRAIZ
Tinenta d’alcalde de Serveis a la Persona
