Me encanta viajar y cuanto más lejos mejor. Confieso que, desde que soy concejal, mis escapadas son mucho menos frecuentes y, por descontado, más cortas. Pero siempre que puedo, intento conocer mundo: viajar abre la mente, acaba con los prejuicios, fomenta la tolerancia.
Hace unos días viajé a Viena con unos amigos, una ciudad maravillosa, por cierto. Si sus pies son intuitivos, seguro que acabarán ante el número 19 de la calle Berggasse. Para saber qué pueden encontrar en ese portal, les recomiendo la lectura de una novela del Portavoz de Ciudadanos (C’s) en el Congreso, Juan Carlos Girauta, llamada El desorden. Pero no es el destino del viaje el fin de este artículo sino otro tema, así que vamos al grano. 
La segunda noche, salimos a cenar y después, como buenos turistas, a probar la cerveza austríaca. Estábamos en un bar soportando el picor en los ojos -allí todavía se permite fumar en los locales-, cuando escuchamos a alguien hablar en español a nuestras espaldas. Un par de chicos conversaban entre ellos y, sin pensarlo dos veces, les abordamos para conocerles. Joey es colombiano, criado en Madrid y Georg austríaco pero tiene un español impecable. Minutos después se nos unió una chica cuyo nombre, por más que lo intentamos, ninguno logra recordar. Pongamos que se llamaba Amanda. Amanda es rumana y aprendió español viendo telenovelas.
No era la primera vez que veía algo así. La recepcionista que me atendió hace unos años en un hotel de Tel Aviv había aprendido español de la misma forma (ventajas de la versión original subtitulada). Por último, aparecieron en escena Carlos, un violinista, y Adrián, un tenor. Amigos de Joey, mejicanos, estudiando la maestría en la tierra prometida de la música clásica. Y allí estábamos: dos españoles, un colombiano, una rumana, un austríaco y dos mejicanos. De pronto, parece que vaya a contar un chiste. Lo gracioso o, mejor dicho, lo grandioso es que hablábamos entre nosotros en una lengua común. Y en ese momento, me sentí muy orgullosa.
Me di cuenta de lo afortunados que éramos de ser capaces de entendernos en un mismo idioma. Un idioma que hablan alrededor de 560 millones de personas en todo el mundo. Y sentí cierto desasosiego por tener un gobierno autonómico capaz de hacer cualquier cosa por arrebatarnos esa ventaja. Y sentí mucha lástima también porque sé que, de no poner cordura en nuestro sistema educativo, las próximas generaciones harán el ridículo más espantoso ante los nuevos Joey, Georg, Amanda, Carlos o Adrián, que hablarán el castellano mejor que ellos incluso habiendo nacido en España.
En mi reflexión, pensé en Cambrils, en mi Ayuntamiento, que se niega a fomentar la creación de un concurso literario en español – propuesta de C’s que CIU, ERC y NMC votaron en contra-, o a editar los folletos informativos de las fiestas de Cambrils en las dos lenguas cooficiales. Pensé también en algún concejal de ERC que, en sesión plenaria, llegó a llamarnos “maltratadores de la lengua catalana”. Así, sin anestesia.
Por si no lo sabían, Ciutadans envía escrupulosamente todos los comunicados tanto en catalán como en castellano. Reivindicamos nuestra catalanidad con cada gesto y trabajamos para todos los catalanes independientemente de su ideología política. En Ciutadans Cambrils respetamos la cooficialidad de las lenguas. Todas nuestras instancias y mociones se registran, habitualmente, en los dos idiomas y nuestras intervenciones son, por supuesto, bilingües. Y así lo defenderemos mientras Ciutadans Cambrils exista. Porque somos catalanes. Perquè som espanyols.
Patrícia DE MIGUEL
Concejal de C’s en Cambrils
REDACCIÓ29 Novembre, 2018
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