LA SEMANA TRÁGICA DEL BALLESTERISMO

Me van a disculpar ustedes, respetables lectores, por la entrega de este lunes, pero para quien ha conocido y seguido la trayectoria del “ballesterismo” se hacía obligatorio posponer el “LOS QUE SE ENTERAN… O ESO DICEN ELLOS” que anuncié hace una semana, para detenerme en la que es, sin duda, la semana trágica de ese mundo interior de la política municipal que parió, amamantó e hizo crecer nuestro cariacontecido alcalde, sin que él muchas veces se haya dado cuenta.

Como la historia tiene su origen en los primeros años del siglo, dedico unas líneas a dichos orígenes, no sea que los más jóvenes no le pillen el hilo.

Todo empezó allá por el año 2000. En aquellos tiempos el Partido Socialista estaba liderado por un dirigente capaz, abnegado trabajador, donjuán, pero poco resultón electoralmente hablando: Xavier Sabaté. Y encima tenía a una fiera política en su mejor momento como era Joan Miquel Nadal.

Algunos prebostes socialistas de la ciudad empezaron a calcular que con Sabaté no tendrían oportunidad de ganar las elecciones municipales hasta que se jubilase el díscolo alcalde convergente.

La conclusión fue que debía encontrarse una nueva cara más popular y populista, menos dogmática, más empática, menos programática, más telegénica, menos anti, más pro: Josep Félix Ballesteros.

La puesta en escena de Ballesteros dentro del PSC fue espectacular y en muy pocos meses lo que parecía imposible se vislumbró como opción real: arrebatarle la alcaldía a Nadal. Casi sí, pero no. Un Ángel Fernández en plena forma se empleó a fondo y Nadal no se quedó corto. Toda la maquinaria del poder convergente, sus orbitales clientelares, el populismo mallolista y los dotes electorales nadalistas se exprimieron al máximo para mantener la plaza… y se consiguió. No obstante, el efecto Ballesteros ya estaba en marcha, en proceso ascendente, imparable.

Y ese efecto llegó en 2007 cuando Ballesteros arrolló a Joan Aregio. El “ballesterismo” ya era entonces una realidad. Una manera de entender la política municipal basada, fundamentalmente, en tres ejes: la popularidad del personaje político Ballesteros, un proyecto ilusionante de ciudad y un grupo de colaboradores fieles y eficaces que sabían leer la calle.

Pero como toda historia política, también en esta hay una cara B. Ballesteros, ya alcalde, muestra desde el primer momento un problema de fondo: es acomodaticio. Prefiere evitar los problemas, sortearlos, antes que encararlos. Le agotan los enfrentamientos.

Le incomoda tremendamente cualquier situación de tensión y eso tiene una traducción sobre aquellos tres ejes victoriosos: abusa de apoyarse casi exclusivamente en su propia imagen como sustituto de buena gestión; confunde proyectos ilusionantes con ilusionismo de proyectos y, finalmente, se deshace de aquellos colaboradores más combativos dejándose llevar y cercar por los más aduladores a su persona y que le evitan problemas aún a costa de jibarizar la fuerza motriz que le aupó.

El máximo exponente, cerebro y estratega de esta trayectoria declinante, decepcionante y decadente es Gustavo Cuadrado. Fíjense que no voy a castigar el hígado del ex jefe de gabinete de alcaldía y ex secretario de organización del PSC por su relación con el caso Inipro.

Otros socialistas han “pringado” por temas de presunta financiación ilegal del Partido, pero lo hicieron por pasarse de vueltas o por cargar el muerto. En lo que hace a Cuadrado, el pecado no está tanto en su gestión dentro del caso Inipro – dudosa e poco clara, en cualquier caso –, sino en su papel rácano como mano diestra del ballesterismo.

Cuadrado acumuló un enorme poder en el entorno del alcalde, principalmente, para evitarle desde entrevistas cansinas hasta procurarle confort político.

Su cometido como máximo responsable y coordinador de las aventuras y desventuras de Ballesteros fue ahorrarle dolores de cabeza y, si tal cosa no podía evitarse, suministrarle los barbitúricos políticos necesarios y con urgencia o justificar repentinas y oportunas migrañas o cuadrar agendas imposibles con viajes repentinos. Todo era válido con tal de que el alcalde continuase el máximo tiempo posible en la sala de masaje político.

¡Claro que Ballesteros le está agradecido! ¿Cómo no? Pero ambos, Ballesteros y Cuadrado, han retorcido durante años la política municipal real hasta ofrecernos un sucedáneo integrado, mayormente, por postureos, gesticulaciones, carantoñas, buenas maneras y una estrategia dominante: la de evitar problemas o posponerlos o taparlos.

Por parte de Ballesteros, sin duda alguna, esa es la razón fundamental de su pacto con el PP. Tener tranquilidad.

Y así llegamos a la semana trágica del ballesterismo, cuando su máximo exponente, Gustavo Cuadrado, se ha visto apabullado por la acción directa de un juez. No quiero entrar en cómo acabará el caso Inipro pues se me antoja secundario en lo tocante al fondo de mi escrito.

Lo importante es entender por qué Cuadrado actuó en este y en casi todos los casos con el mismo objetivo: ahorrarle problemas a Ballesteros, pero no resolviéndolos – que eso desgasta –, sino a base de maquillaje y cosmética baratas. Se trataba de evitar, desviar o posponer el problema, en vez de resolverlo.

Y esta semana el ballesterismo se ha topado de bruces con su tope. No hay más prórrogas. No más pomadas ni cremas. La imagen de Ballesteros ha quedado muy tocada. La de su forma de hacer municipalismo ha caído víctima de sus propios vicios. Ha resultado irritante ver que por enésima vez Floria (alias “Agustina de Aragón y Tarragona”), ha asumido el papel de enfrentarse a los medios, a la opinión pública y a la ciudad.

Ya es un escándalo que deba ser ella la que pone la cara para que se la partan mientras el alcalde está de viaje o indispuesto. ¿En los últimos tiempos, Ballesteros ha estado alguna vez a los pies del cañón y de los caballos? ¿Se ha puesto delante de los suyos para envalentonarlos y abanderarlos?  ¿Ya no queda nadie de su entorno de confianza que le diga la verdad? ¿Qué le ponga ante el espejo?

Es tal la desesperación del ballesterismo por evitar – siempre evitar – el final de ciclo, que deben estar pensando en momificar el momento y romper el reloj: cualquier tiempo presente será mejor que el venidero.

Y en medio del fregado anda Alejandro Fernández debatiéndose entre dos opciones igualmente intrincadas: me quedo y espero a ver si cae Ballesteros que igual me toca de rebote la alcaldía o, por el contrario, me descuelgo, precipito la defunción política de Ballesteros y me arrimo la parte que me toca de su herencia electoral. La ecuación tiene dos incógnitas difíciles de despejar ya que nadie sabe cuánto más podrá prolongar el alcalde su epílogo político y, la segunda, cómo reaccionará la ciudad de aquí al 2019 ante tanto desaguisado y tanta cobardía.

¿He dicho cobardía? Sí. Si para Ballesteros lo más importante fuese el PSC, se iría. No por haber hecho algo ilegal (Eso no!!!), sino porque mantenerse en el cargo es multiplicar el impacto del golpe mediático y jurídico mientras dure el proceso de Inipro y otros (que vendrán). Pero el ballesterismo, en esencia, es tacticismo cortoplacista.

El alcalde – una persona que nos cae bien a todos – ha entrado en esa fase megalómana en la que une y confunde su destino personal y el de su cargo al proyecto político colectivo tanto en su vertiente de ciudad como de partido. Cuando anuncia con tanto desparpajo que no va a dimitir nos está diciendo que él y solo él decide lo que justifica o no su salida del cargo.

Nadal firmó su defunción política el día que miró hacia otro lado mientras las mediocridades convergentes despellejaban a Angel Fernández. Ballesteros pondrá un triste y fraudulento final a su historial si no se enfrenta a su peor pesadilla actual: el ballesterismo. Recomiendo a nuestro alcalde una sosegada y honesta lectura de ‘El retrato de Dorian Grey’.

Alguno de esos militantes ballesteristas desesperados me dirá que se justifica la permanencia de Ballesteros porque lo contrario, su salida, catalizaría la diáspora socialista en la ciudad. Si tal es que así, entonces quiere decir que Ballesteros ha engullido en su persona al partido y, por consiguiente, la cuestión no es qué va a pasar sin él, sino cuando va a pasar, pues nadie es eterno. Sé que Ballesteros está preocupado, pero nosaltres también.

Me van a permitir una última licencia en el día de hoy. Una licencia literaria. Déjenme que les ponga broche final a estas líneas con un breve poema de Luis García Montero:

FIGURA SIN PAISAJE

He vendido mi alma dos veces al diablo,

por monedas de niebla y curso clandestino

en países que nadie se ha atrevido a fundar.

Un realista que vive el mundo de los sueños,

un soñador que quiere vivir la realidad.

Mal destino es el tuyo.

Así te va.

Hasta la semana que viene. Os sigo desde El Retrovisor